Homilía III Domingo de Pascua -
Ciclo B - 20210418
Han pasado tres semanas desde el
domingo de Pascua, y la rutina puede hacer que olvidemos la importancia de haber
celebrado la resurrección de Cristo. Hace dos mil años, los apóstoles vivieron
una experiencia que les cambió la vida y que se basaba en una certeza: Jesús ha
resucitado y está a nuestro lado. Porque la resurrección de Jesús no es una
película que acaba bien y que al apagar la tele nos dedicamos a otra cosa, sin
que tenga importancia en nosotros.
El evangelio de hoy no es una
historia de magia en la que un muerto se nos aparece. El evangelio es una buena
noticia: La buena noticia es que el amor de Jesús vence al mal. A pesar de las
cosas malas que puedan pasar fuera de nosotros, o las que pueda haber dentro de
nosotros, el amor de Jesús es más fuerte. Cuando estamos en medio de
situaciones difíciles, pensamos que son más poderosas que todo lo bueno que
podría haber. La buena noticia es que el amor de Dios es más fuerte y
transforma todo lo malo en bueno. Para que lo entendamos bien, Él transformó su
propia muerte, lo peor que le puede pasar a uno, en vida eterna. El evangelio
nos repite que Jesús tenía que padecer y morir, pero que también iba a
resucitar. Tener fe en la resurrección es tener la seguridad puesta en Jesús,
la certeza de que él siempre es más fuerte porque nos ama y porque ha pasado lo
peor para manifestarnos su amor.
Pero el evangelio de hoy también
nos dice dónde podemos encontrar a Jesús resucitado, a ese Jesús que nos ama
hasta el límite. El primer lugar es la eucaristía. Los discípulos de Emaús lo
reconocen al partir el pan, y a los discípulos que dudan de la realidad de
Jesús resucitado en el cenáculo, Jesús les da un signo que también tiene que ver
con la eucaristía. El evangelio nos dice que como ellos no acababan de creer
de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: "¿Tienen aquí algo de
comer?" Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a
comer delante de ellos. Una frase que dice que “somos lo que comemos”. En
esta aparición, Jesús nos quiere decir que él es lo que come. ¿Qué come Jesús?
Un pescado asado. Para los primeros cristianos que hablaban griego, el que
Jesús coma un pescado asado tiene mucho sentido. ¿Por qué? Porque la palabra
pescado que en griego tiene cinco letras nos dice que Jesús es el hijo de Dios,
nuestro salvador: La primera es una I de Jesús. La segunda es una X de Cristo
en griego. La tercera es una Z de Dios en griego. La cuarta es una U que es
como empieza Hijo. Y la última letra es una S de Salvador. Si juntamos estas
letras leemos IXZUS, pescado, pero son las siglas en griego de Jesús Zeou Uios
Soter, o sea Jesús Hijo de Dios Salvador. Cristo Resucitado al comerse el
pescado nos dice que él es nuestro salvador, el hijo de Dios. Y por ser un
pescado asado nos dice que él ha atravesado la pasión, pero ahora vive para
siempre. En la Eucaristía encontramos presente porque Jesús, el Hijo de Dios,
nuestro Salvador así nos lo ha dicho: "Tomen y coman, esto es mi
cuerpo, Tomen y beban este es el cáliz de mi sangre".
Hay otro lugar donde encontramos
a Jesús: en la Sagrada Escritura. Por eso Jesús nos abre el entendimiento para
que comprendamos las escrituras. Es el nuestro Maestro interior, que nos enseña
e ilumina por dentro. La Palabra de Dios nos da el sentido de todos los
acontecimientos dolorosos y a primera vista negativos de nuestra existencia. Es
necesario acudir a ella en busca de luz. Leer y meditar en la Biblia es un modo
maravilloso de saber lo que Jesús nos quiere decir y el modo de ser sus grandes
amigos.
Para terminar: Jesús no nos ama y
nos permite encontrarnos para que seamos egoístas espirituales. Él nos manda
ser sus testigos. Somos testigos no porque me lo dijeron mis papás, me lo
enseñaron en el colegio o lo dijo el padrecito en la misa. Ser testigos implica
hacer nuestra la resurrección de Jesús a través de la experiencia diaria, de la
eucaristía y de la palabra de Dios como nos dice San Pedro: Dios lo resucitó
de entre los muertos y de ello nosotros somos testigos. Además en la
segunda lectura san Juan nos dice cómo tenemos que ser testigos: Quien dice:
"Yo lo conozco", pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso y
la verdad no está en él. ¿Cuáles son estos mandamientos? Fundamentalmente
dos: amar a Dios y amar al prójimo. Como dice el Papa Francisco: Cada
cristiano puede transformarse en testigo de Jesús resucitado. Y su testimonio
es mucho más creíble cuando más transparenta un modo de vivir evangélico,
gozoso, valiente, humilde, pacífico, misericordioso. En cambio, si el cristiano
se deja llevar por las comodidades, las vanidades, el egoísmo ¿Cómo podrá
comunicar a Jesús vivo y su ternura infinita? Si amamos a Dios y a los
demás estamos siendo verdaderos testigos de Jesús y estamos haciendo que lo que
nos rodea sea mejor: que nuestra familia, nuestro trabajo, nuestra relación con
nuestros amigos sea mejor. Ser testigos de Jesús resucitado es hacer que todo
en nuestra vida y en la de los que queremos sea mejor.